Thursday, April 19, 2018

La humildad bien entendida empieza en el otro


  Mirando libros en las escogidas bibliotecas familiares, en las librerías escondidas tras los riscos o en los centros comerciales asediando a las ciudades, siempre reparo en los libros pequeños.
  Normalmente tienen tamaños de página extraños y tapas blandas, los firman puños raros para el lector común (que por lector, ya tiene poco de común o quizás sea ese un mito condescendiente), la tipografía es amable y el nombre de la editorial ingenioso, tratan pues, ya desde el primer vistazo de parecerse a la literatura.
  Siempre valoré como un gran mérito, ponerle un punto final a uno de esos libros con dignidad. A menudo imagino recorriendo sus páginas, al relojero o al joyero, ajustando de nuevo el mecanismo, puliendo una vez más la joya, inventando una pieza grácil que sustituirá a dos, orfebres de los engarces antes que adoradores de los quilates.
  Haced literatura en sesenta, setenta cuartillas.... Cuando la mayoría agotamos el turno de palabra, o queremos que nuestras obras sean poliédricas y multireferenciales. Concentrarse en el arte de escribir, de crear sensaciones sólo con tres o cuatro palabras, estos locos llaman fuego, al fuego y no lengua rojiza recortando sombras desde la esquina del salón. 
Quizás en el fondo sea  un ejercicio de confianza, confía en que el lector construya, que escribmos nosotros todo lo que le hace falta, no es leer entrelíneas, sino rellenarlas.
  ¡Ay esos escritores que escriben en tres tardes! y nos dejan todo el trabajo.

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